Acabo, hace escasamente una hora, de abrir un sobre que llevaba mucho tiempo cerrado. En él, una carta con fecha 17 de marzo de 2005, en la que se nos informaba de que desde el día 21 de abril hasta el 23 del mismo, el coro Núñez de Arce tenía planeada una estancia en la ciudad de Córdoba, para como cada año, dar un concierto más allá de los límites de nuestra provincia. Desconozco por qué esa carta llevaba cerrada mas de nueve años, al igual que desconocía qué contenía, pero pareciera premeditado que fuera en este momento que rasgara el antiguo sobre, puesto que hace poco me pidieron que escribiera sobre esa experiencia.
Grueso del coro, recién llegado al albergue, luego de una controvertida ascensión

El viaje a Córdoba tuvo sus particularidades dentro de lo que ha sido nuestra historia como coro. Cada viaje tiene su relevancia, claro está, y su trascendencia. Pero si éste la tuvo fue porque estaba en lo que se podría calificar como “momento dulce” del coro. Todavía estaba reciente nuestro inicio como conjunto y continuaban con nosotros muchos de aquellos que pertenecían a la primera generación de moralistas, y los lazos entre estos y la nueva hornada ya eran debidamente estrechos. Y ese sentimiento de unidad, unido al entusiasmo que provoca por ser reciente, suele dar buenos resultados al coro en lo musical e incluso en lo afectivo. La nueva hornada llevaba ya dos años, suficientes para adquirir veteranía, y, pese a que en su primer año (curso 2002/03) no hubo viaje alguno por falta de rodaje, el viaje a Galicia del curso siguiente si propició esa afinidad entre los coralistas.

Hete aquí que leo en la carta el coste del viaje (que no reproduciré) y la advertencia de que, por ser una actividad educativa, se agradece que se permita al alumno acudir independientemente de los resultados académicos, puesto que la experiencia, y cito textualmente, “siempre redundará en beneficio de la educación de su hijo por los valores que se fomentan cantando en grupo”. Es correcto. Nada más que añadir.

Quienes allí estuvieron, seguramente, recordarán la subida al primer albergue. Porque el trayecto transcurrió como suele ser cada uno de los desplazamientos en autobús. Cambio de asientos y compañeros, risas (justificadas o no), canciones, guitarra, paradas obligatorias o mas obligatorias aún… Pero el ascenso hasta aquel albergue, antiguo colegio religioso, situado en lo alto de una colina (para alejarlo aún más de la civilización), por aquel camino diminuto, con las ramas de los árboles arañando las ventanas de nuestro autobús… Eso dudo que lo haya olvidado alguno de los que allí estuvieron. Eso y que se escuchaban aullidos.


Viajeros que, al fin, pudieron degustar las viandas que consigo traían
 A la mañana siguiente descubrimos que aquel edificio que por la noche había resultado tan aterrador, era bastante bonito a la luz del día. Aquel patio de luces que durante la madrugada nos había hecho imaginar cosas espeluznantes, nos servía para saludarnos como habitantes de una corrala. Varones y féminas fuimos ubicados cada género en una galería y la oscuridad nos disuadía de abandonar la nuestra correspondiente. Incluso dentro de nuestro propio pasillo era complicado moverse. Una inoportuna salida al baño a eso de las tres de la mañana suponía que muy difícilmente podías distinguir el número de tu cuarto de entre todas las demás puertas, y me consta.

El I.E.S. Ángel Saavedra nos esperaba para cumplir nuestro cometido, lo que habíamos ido a hacer allí. Y dimos nuestro concierto. Quizá no es el mejor, ni el mas alto, ni el mas guapo, pero siendo el nuestro, es el que compartimos con quien nos ha querido escuchar, que no han sido precisamente pocos. Los profesores del confraternizaron con los profesores (mediando una invitación en la cantina), los mas extrovertidos con los alumnos cordobeses y los que no, sus labores.


Estrechando lazos con nuestra audiencia cordobesa
 Nos esperaban, tras el recital, la Mezquita y 31 grados de temperatura. Magnífico entorno. Tan especial que parece imposible que cohabite con nuestro mundo habitual (y sería deseable que siguiera coexistiendo). Acto seguido, el coro en bloque siguió a una amable guía que nos fue mostrando una parte, fantástica, de la ciudad de Córdoba. Y ver la ciudad también incluía colarnos en algunos patios, hermosísimos, albergando la duda de si no estábamos cometiendo allanamiento de morada.

Pero no pernoctó nadie esa noche en el calabozo, si no en otro albergue, en este caso a dentro de la propia ciudad. Fantástico hospedaje, con uno de los mejores cuartos de baño que jamás viera una promoción del coro en viaje alguno (¡Unas sopas se podían comer en ese baño!). Tan fantástico era que no sólo fue nuestra elección, sino también la de un encuentro entre tunas de derecho de varias ciudades. Antes de un nuevo paseo por la ciudad, en este caso nocturno, tuvimos tiempo libre ocupado en unos casos en una tetería y en otros en protestar infructuosamente por querer salir cuando no correspondía, aunque un grupúsculo incontrolado se dedicó a cantar por la calle, algo que, incomprensiblemente, parece muy del gusto de coralistas y gentío.


Grupúsculo coralista sospechoso de escándalo público

La mañana que seguía a una noche tan interesante como los días que la flanqueaban, la empleamos en unas nuevas visitas. En esta ocasión nos esperaba la Alcazaba, que nos devolvía estampas moralistas como las vividas años ha en Granada y además, se agradecía el fresquito de las fuentes. Para cerrar el círculo, visitamos también Madīnat al-Zahrā' (Medina Azahara) antes de montarnos de nuevo en el autobús caminito a Valladolid, extenuados por el maratoniano recorrido aunque experimentando ya los primeros y acostumbrados efectos de la depresión post-viaje.

Posando en Medina Azahara, sabedores de que todo tiene su fin

Lo decía al principio y vuelvo a destacarlo ahora. Este tipo de viajes, una vez han pasado esos momentos iniciales en los que empezamos a conocernos, como sucedió el año previo, son muy agradecidos por intensos. Lamentar, desde luego, que para siempre quedará pendiente aquel gin-tonic con el querido Javier Pascual, que nos acompañó en este y otros viajes, y del que ha sido imposible no acordarse cada vez que nos hemos montado en un autobús en los aledaños del instituto para salir a cantar doquiera que nos han llevado nuestros pasos. También ha quedado pendiente saber qué demonios era eso de “data milka” que gritaban unos compañeros coralistas (no diré nombre ni filiación), que es una tontería, de acuerdo, pero de esas pequeñas tonterías también están hechos estos viajes que han sido importantes para nosotros. Quien lo probó, lo sabe.


Mas fotos de este viaje aquí